Baroja se trasmuta en un químico manchego que, por casualidad, se encuentra en París al estallar la guerra civil y tiene que quedarse y buscarse la vida allí. Con el tiempo hace algunos amigos, especialmente Susana, una archivera, de la que se enamora pero que muere accidentalmente. El personaje principal insiste en considerarse poca cosa, un tipo que no merece la atención de los demás, aunque la opinión de sus amigos parisienses es la contraria, en especial, obviamente, la de la archivera.

Baroja, fiel a su estilo, lo presenta todo bastante gris, a veces con reflexiones que luego aparecerán casi calcadas en Saramago, como cuando afirma no tener motivos para ver el mundo de otra forma que no sea con profundo pesimismo. El estilo, también fiel a si mismo: cortante, inexpresivo, distante, casi telegráfico. Pero en esta ocasión sí que el autor consigue reflejar el ambiente del barrio en que transcurren sus andanzas, un barrio periférico de París, y transmite algo más que mera información en algunos momentos. ( )