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Se trata de cuatro ensayos largos en los que Salinas habla, fundamentalmente, de lengua y de lenguaje. Pero totalmente alejado de los tecnicismos filológicos, sino planteándose las formas de la comunicación humana. Es realmente emocionante encontrar una voz como la suya hablando antes de los ordenadores, tratando de comunicación realmente humana. Pero ya en los años 50 Salinas se ve obligado a defender a los viejos sistemas, como la carta manuscrita o la conversación sin prisas, frente a las nuevas formas de transmisión de mensajes cortos, mecánicos y,en definitiva, menos humanos. Que un hombre como él advierta ya contra el falso progresismo que hace de las prisas y la teconología una bandera de la izquierda no deja de resultar significativo.

En coherencia, Salinas no tiene prisa en su escritura. Se demora cuando se tiene que demorar, y también sabe acelerar si la ocasión lo requiere. Si viene al caso, se pone serio, pero no pocas veces nos hace sonreir o incluso reir abiertamente; si procede, nos lleva a la melancolía, a la tristeza, a la indignación o a la gravedad. Y esto lo hace porque puede, porque, sobre todo, domina la expresión. El poeta es el poeta. Sabe darle vueltas a una misma idea, diciéndola cada vez de un modo diferente, de forma que cada vez se aprecian matices nuevos. Independientemente de que uno esté de acuerdo con lo que dice (que lo estoy), no puede menos que admirarse de la forma de expresarlo. La verdad es que es una fiesta para el entendimiento. ( )