A finales de agosto, cuando Tomelloso se dispone a celebrar sus fiestas patronales, una intensa lluvia se instala en el pueblo y desluce las verbenas y festejos. Guarecidos bajo el techo del casino y el bar de la Rocío, Plinio y don Lotario salen del aburrimiento para investigar la aparición de varias chicas embarazadas que se han quitado la vida. Mientras los vecinos pierden los nervios con el mal tiempo y se lanzan locamente a la búsqueda del preñador desconocido, el jefe de la Guardia Municipal y su ayudante siguen las escasas pistas abiertas, sorteando los charcos que cortan su camino e intentando apaciguar los ánimos vecinales.

Fíjate, lo que más me ha llamado la atención de este libro es una cuestión administrativa: ¿cómo es posible que un posible suicidio y un asesinato los investigue la policía municipal de Tomelloso, mientras que la Guardia Civil brilla por su ausencia? Aquí aparecen como meros mamporreros para disolver una manifestación. Es curioso las cosas que se le quedan a uno.

Por lo demás, es una buena historia de asesinatos, suicidios y estupros, todo en el marco de una semana de ferias estropeada por culpa no de los delitos sino de la lluvia. Como de costumbre, algunas escenas curiosas, como la comida en casa del dueño de la finca donde aparece el asesinado, un tipo simpático (el dueño) capaz de tener bajo el mismo techo a su legítima y a dos amantes más que toleradas. El autor aprovecha este plano largo para contarnos cómo se hacen de verdad las gachas manchegas. En esta entrega pesa más lo policiaco que lo costumbrista, lo cual está bien pero quizá le quita un poco de originalidad. En todo caso, seguimos teniendo aquí el peculiar lenguaje popular (que sigo creyendo que es medio inventado) y un desfile de personajes manchegos que resultan de lo más entretenido. ( )