Una historia claustrofóbica, de familias lentamente estropeadas y hasta degeneradas, en una casa en la que parece no entrar nunca el sol. Horacio, desocupado todo el día, nos expone sus pensamientos, cada vez más enrevesados, y, a la vez, nos cuenta la sórdida historia de su familia, de su estrecha pero no íntima relación con su hermana Albertina, del desapego de su madre, que acaba buscándose un amante; de la pasividad inexplicada de su padre, que un día desaparece sin que sepamos bien si se suicida o simplemente se marcha; de cómo así van pasando los días y los años. Y Albertina crece, y el amante de la madre pasa a ser amante de madre y de hija, y Horacio imagina vengar el honor familiar pero, en realidad, no hace nada, y su hermana se fuga con el amante y nunca se vuelve a saber de ellos, y la madre cae en la demencia definitiva. Horacio nos hace partícipes de sus pensamientos, de sus recuerdos y de sus imaginaciones, frecuentemente confundidas con la realidad, a veces directamente y a veces a través de un amigo que, en apariencia, viene a visitarle sin ningún motivo concreto.

Cuando la novela se publicó, en 1978, estaba esto muy de moda. Hoy huele a tema envejecido, como la casa y la familia protagonista, y el lector actual, entre los que me incluyo, no quiere que le mareen demasiado con los meandros de la mente del narrador o del protagonista. ( )