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Bezig met laden... Epigramas Idoor Marco Valerio Marcial
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384 páginas
El poeta hispano Marco Valerio Marcial (Bílbilis [Calatayud], h. 40 d.C.-103/104) viajó a Roma en el 64, donde vivió humildemente durante un tiempo; era pobre y se ganaba la vida con la poesía, por lo que dependía de protectores que no siempre se mostraban generosos, aunque su fortuna fue mejorando con los años y acabó regresando a Bílbilis para pasar sus últimos años en la paz de una granja.
Su obra principal son los Epigramas, poemas breves (alrededor de unos mil quinientos) en los que alcanza una concisión expresiva que le ha hecho célebre y retrata, a menudo con espíritu satírico (aunque sin dar nombres reales), los más diversos caracteres romanos contemporáneos: mercenarios, glotones, borrachos, seductores, hipócritas, pero también viudas fieles, amigos leales, poetas inspirados y críticos literarios honestos.
Estas piezas ofrecen intensas visiones de la vida cotidiana en Roma, por lo que además del literario su obra posee un gran interés documental, con una amplísima galería de personajes de las más diversas clases, hasta las más bajas, y tipos sin moral ni reputación: desfilan por sus epigramas pícaros, aprovechados, cínicos, cortesanas y toda la diversa grey que formaba la gran metrópoli romana. Marcial no era virtuoso ni constante: los nueve primeros libros de los Epigramas, aparecidos en época de Domiciano, son aduladores hacia él; en los tres restantes condena al tirano y elogia a los nuevos emperadores, Nerva y Trajano. Si bien no llega a los tonos de amargura violenta de Juvenal, epigramista satírico algo más joven que él, puede ser implacable en su burla. Tanta dureza moral (propia y ajena) queda redimida por la célebre concisión sintética de los epigramas, y por el reflejo testimonial de tantísimos tipos romanos.
Presentación de Marcial en una carta de Plinio
Plinio el Joven, escribiendo a su amigo Cornelio Prisco, decía de Marcial, no más tarde del año 104: “Oigo decir que Valerio Marcial ha muerto y lo llevo con pena.
Era un hombre ingenioso, agudo, mordaz y que, escribiendo, tenía a raudales tanto sal como hiel y no menos candor. Yo le había ayudado con un viático al marcharse; se lo había dado por amistad, pero se lo había dado también por unos versos que compuso sobre mí. Fue propio de las antiguas costumbres honrar con honores o dinero a quienes habían escrito el elogio ora de los particulares ora de las ciudades. Pero, en nuestra época, como otras cosas distinguidas y egregias, también ésta ha caído en desuso entre las primeras. Porque, luego que hemos dejado de hacer cosas dignas de alabanza, consideramos también inadecuado ser elogiados. ¿Preguntas cuáles son los
versos a los que manifesté mi gratitud?
Te remitiría a su propio volumen, si no me supiera algunos de memoria. Si éstos te gustan, busca los demás en su libro. Está hablando a la Musa, le encarga que busque mi casa en el Esquilino, que se acerque con respeto: ‘Pero mira de no llamar a deshora, borracha, a su docta puerta. Dedica
los días enteros a la seria Minerva, mientras estudia para los oídos de los centunviros lo que los siglos y las generaciones futuras podrán comparar hasta con los papeles de Arpino. Irás más segura a la hora de las lucernas tardanas. Ésta es tu hora: cuando se entusiasma Baco, cuando la rosa es la reina, cuando están empapados los cabellos.
Entonces, que me lean a mí hasta los rígidos Catones’...