La historia nos traslada a un lejano planeta... Marte, concretamente. Y allí está Mark Watney, un astronauta de la primera misión humana al planeta. Todo iba bien, hasta que una fuerte tormenta les obligó a suspender la misión, y de camino a la nave fue separado del grupo y dado por muerto debido a las constantes inexistentes de su traje. El resto de astronautas abandonó el planeta de vuelta a la Tierra, y dejó a Mark, solo en Marte, sin posibilidad de comunicarse con nadie y con comida para poco tiempo.
Pero Mark no sólo es astronauta. Es ingeniero y es biólogo, y esas habilidades, sumadas a un optimismo inquebrantable y un espíritu de supervivencia muy elevado, harán que le acompañemos en sus avances, en sus cálculos, en su soledad.
Porque en el fondo, estamos ante un moderno Robinson Crusoe. Su cueva es una instalación de la Nasa y su supervivencia depende totalmente de máquinas que creen oxígeno, agua... y de ser capaz de cultivar alimento en Marte, un planeta inhóspito.
Sorprendentemente, es una novela divertida, que os hará incluso reír en más de un momento. Pero hay mucha, muchísima ciencia. Cálculos, órbitas, tiempo, más cálculos. Todo lo que hace Mark esta descrito en su 'diario' (que es la estructura principal de la novela) y entiendes perfectamente por qué hace una cosa o la otra, o el riesgo que tienen sus decisiones. A veces incluso puede llegar a aturullar un poco tanto cálculo, y en mi segunda lectura he llegado a saltar algunos párrafos, pero repito, era mi segunda lectura, destinada a refrescar la novela.
Hay momentos muy emocionantes, especialmente el tramo final, en el que todo pende de un hilo y lo devoras anhelando saber qué pasará, pero vas a pasar toda la novela pendiente del astronauta y sus avances en Marte. ( )