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Yo dividiría estas supuestas memorias en tres partes. La primera y la última, que se corresponden con los capítulos 1 y 6, están llenas de costumbrismo y de anécdotas entretenidas y a veces francamente divertidas, sobre todo el capítulo final. La parte central, mucho más larga, es también mucho más reflexiva y melancólica, con largos discursos del autor-protagonista que demasiadas veces rozan el aburrimiento, aunque también aparecen escenas y alguna que otra frase interesante (he subrayado dos o tres, creo). No he podido evitar la maligna idea de que los jurados de los premios a veces solo leen el principio y el final de las obras que juzgan, y asociarlo con los perversos comentarios que se oyen a veces sobre el Planeta. Y como Torrente, además, le dedica esta obra a sus once hijos, once, nombrándolos uno por uno como si recordase lo que hay que hacer para mantenerlos... En fin, que no es la mejor novela de su autor, ni mucho menos, pero sí la más rentable. Me quedo con un par de escenas chuscas del último capítulo: de cómo se consiguió que el policía autorizase que se cantara "Ojos verdes" al descubrirle el protagonista que "mancebía" significaba "casa de putas"; y cómo un grupo de intelectuales locales, poco afectos al régimen pero inofensivos al cabo, tuvieron que trasladar sus reuniones desde el café a, precisamente, la casa de putas local, consiguiendo con ello un eco impensable a sus discusiones, por lo demás bastante poco políticas. La primera de estas anécdotas es, por lo demás, lo único que recordaba de la primera vez que leí esta novela, hace mucho tiempo. ( )

Filomeno, ni más ni menos, así como suena, con todo derecho, uno de esos nombres que no se pueden rechazar salvo...

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