Cómo, una novela en la que todos los personajes, incluido el protagonista, te caen mal, el ambiente es sórdido, no solo por el contexto bélico de la novela, y en la que las cosas van cada vez más a peor, te encandila? De hecho una frase que repite creo que hasta tres veces nos lo recuerda: "Sé que las cosas irán cada vez peor, pero no me importa, porque también mejorarán cada vez más."
Aunque Larkin nos explica en el prólogo que su intención no es contar la historia de un héroe desplazado de la clase obrera, algo de esto también se refleja, inevitablemente, cuando parte de los personajes son descritos como "opresores cuyo deseo más violento podía satisfacerse de inmediato, lo cual sin duda era la cumbre de la ambición."
Pero, es verdad, que no es este el único tema. Miedo, soledad, mentira, hipocresía y la imaginación que nos salva de todo, también son importantes.
La novela solo decae un poco en un momento dado pero, una vez superado este, continúa hacia arriba sin parar. Estupenda. ( )

Strange book of extremes of class and character, north and south, interweaved with fantasy that becomes reality, not particularly enjoyable, but had to finish it ( )

Como ya hizo con El halcón peregrino de Glenway Wescott o Los últimos hechizos de Robert Lidell, la editorial Lumen vuelve a recuperar para la lengua castellana otro clásico olvidado. Philip Larkin fue un reconocido poeta, crítico de Jazz en The Daily Telegraph y autor de dos novelas. Escrita con solo 21 cuando estudiaba en Oxford, recogiendo parte de sus experiencias universitarias, Jill fue publicada en 1946, y reeditada en 1964. Durante la Segunda Guerra Mundial, John Kemp, un joven de origen humilde, tímido hasta la enfermedad, consigue una beca para Oxford. Allí compartirá habitación con otro estudiante, rico y consciente de su superioridad social, con quien vivirá una relación de instintiva subordinación. Contra su soledad y hastío inventará a Jill, una chica imaginaria cuya presencia recurrente hará que John acabe confundiendo ficción y realidad. Intensa, rabiosamente antirromántica, de una fluidez narrativa inconfundiblemente británica, su meticulosidad hace de ella una novela extremadamente visual, casi cinematográfica.