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A sus cincuenta años, y por medio de una casualidad nunca bien aclarada, la vida del solterón y tranquilo Matías Moro va a dar un giro inesperado. Sin dejar de ser un oscuro oficinista, se convertirá a la vez en benefactor de una caterva de desgraciados, empresario visionario, líder de sus compañeros de trabajo y enamorado de una chica treinta años más jóven, que no está claro si le corresponde. El esquema del revolcón vital cuando uno ya creía estar al margen de todo no es original, desde luego, pero los detalles le dan mucho color a la trama. Los personajes están bien construidos, sin virajes excesivos pero sin dejar de evolucionar nunca. Lo mejor, en mi opinión, es que Landero sabe combinar una prosa tranquila y hasta morosa por momentos con los elementos novelescos que hacen que el texto nunca decaiga en su interés. No en vano parece que tardó cinco años en escribir esta su tercera novela, y, por lo visto, está en la media de las demás. Y es que el autor, al parecer, no vive de la literatura, lo que le libera de tener que escribir a libro por año (o así). Se permite, pues, a juzgar por el resultado, haraganear sobre las palabras, dedicarles su tiempo, buscar la que más le cuadre en cada momento.

Todo eso está muy bien, suena a buena literatura. Pero algo le falla, quizá el que, al terminar, uno no sabe del todo qué le han querido decir, o quizá lo sabe por demasiado obvio. Es uno de esos libros que se terminan y el lector piensa: "Bien, ¿y ahora qué?" Y eso a pesar de que el autor hace un epílogo dando cuenta del destino de sus personajes. Pero ni así. ( )

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